EL CAUCE EN EL BOSQUE DE VALORIO

Había dos sendas al borde del arroyo, una a cada lado. El cauce es un organismo vivo, a la gente le gustaba recorrerlas, la gente creó las sendas. La gente conocía cada incidencia, las zonas más profundas y los fenómenos que ocurren en sus paredes donde se crean espacios en penumbra por la erosión, en las cavidades donde aparecen las raíces con sus formas vegetales y los brillos de los minerales que afloran desde las sombras, las fosas que crean las pequeñas cascadas donde colean los renacuajos y pequeñas carpas, las pozas veladas por las ramas y las hojas, y las zonas donde el cauce se ensancha y forma una caldera. La naturaleza se renueva,, se producen cambios, y en cada estación muestra algo nuevo que mantiene la curiosidad y el interés por la naturaleza.
Un día al comienzo de los setenta empezaron a producirse los cambios que convirtieron el arroyo en una calzada romana, las cascadas en una caricatura y las paredes del cauce uniformadas como un canal de riego.
Y desde entonces las sendas laterales se fueron borrando, creció la vegetación y las hierbas, hasta desaparecer como evidencia de que había desaparecido la magia, la motivación para recorrerlas.

Pero ya antes habían comenzado las primeras podas.
Si caminabas por la carretera antes de llegar a lo que son hoy en día los campos de deportes, a la izquierda la espesura no dejaba ver las casetas de madera de los bares, entorno al claro donde los domingos se hacía un baile popular.

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